miércoles, 29 de junio de 2011

De vuelta al blog en 800 palabras, más o menos

Pasado, presente y posibilidad de mi generación

La principal diferencia entre mi generación y la de mis padres, es que ellos están convencidos de muchas cosas y nosotros, casi de ninguna. Somos los niños del Fujimorato.
Me explico:
Todos los que tuvieron poder en la historia, trataron de convencerse, ellos mismos y a los demás, de que su forma de ver el mundo era la verdadera. Los romanos debían conquistar al mundo para civilizarlo; los españoles, para evangelizarlo. Ya un poco más tarde en la historia, el gobierno Bolchevique emitía películas en donde campesinos y obreros eslavos, salían cantando felices mientras cosechaban trigo o soldaban armatostes de fierro. Qué maravilloso era, en esas películas ser el engranaje de una maquinaria perfecta que finalmente llevaría a la humanidad a un paraíso llamado comunismo. A su vez, el gobierno norteamericano convencía a sus ciudadanos de que el mundo estaba bajo amenaza de ser capturado y que solo ellos podían liberarlo, de que debían llevar la competencia como el mandamiento que nos llevaría a un paraíso llamado liberalismo económico, en donde todos seríamos millonarios. En toda la historia de todos los pueblos siempre hay un grupo de personas tratando de convencer a otras de que la vida, el mundo, la realidad es de una forma determinada. Socialización, le dicen . Cuando me di cuenta de esto, me pregunté -y me sigo preguntando- : ¿De qué trataron de convencerme cuando era niño? ¿De qué quería convencernos el Fujimorato? La respuesta que se me ocurrió, me dejó con una sensación extraña en el estómago: No trató de convencernos de nada.
Cuando veíamos la tele, no había banderas, no había discursos. No había algo así como el tío Sam tratando de convencernos de que ir a la guerra a luchar por la libertad era cool, no había héroes, no había política. El chino se estaba haciendo cargo de todo y lo estaba haciendo bien. ¿Cómo negarlo? Ya no había inflación, ni coches bomba, ni apagones. Había más postes de luz, más pistas. Llegaron los centros comerciales y el cable. “retírese la educación cívica y la filosofía de la currícula escolar. Este país necesita técnicos e ingenieros, no palabrería”. Y así se hizo. Se crearon diarios fabricados con la intención de no ser leídos3, Talk Shows y programas cómicos. El objetivo, como dije, era convencernos de nada, despolitizarnos, adormecernos, hacernos olvidar de lo que somos capaces. No querían militantes, querían clientes satisfechos. No hacían propaganda, solo publicidad.
Usó la tele porque sabía que pasamos la mayor parte de nuestras vidas mirando el mundo a través de pantallas. No podemos escapar. La publicidad, la imagen, la velocidad… El problema – la hiperrealización del mundo - se vuelve más serio cuando nos damos cuenta de que esas imágenes que usan casi todos los universitarios de mi generación para construir su realidad , desde que nacieron, tienen dueño -como casi todo en este nuevo mundo-. Durante nuestra infancia, esas imágenes, tenían un solo dueño o bueno, quizás dos. Poco a poco trataron de hacernos olvidar que detrás de las imágenes, más allá de los cerros, cada vez más llenos de casas, que forman el paisaje limeño, estaba el llamado “otro Perú” el que no tiene dinero para costearse pantallas frente a las cuales poder olvidar lo mal que están las cosas.
Trataron de quitarnos la capacidad de preguntarnos por lo que sucede y sin proponérselo nos dieron, por primera vez en la historia, la oportunidad de construir nuestra realidad a través de nuestros propios ojos y no los de alguien más. Hemos aprendido que la imagen, el discurso, todo lo que se puede ver, oír y tocar; puede mentir. Somos una generación sin líderes, una fractura en la tradición política. Esto puede llevarnos al individualismo vacío de significado y de propósito que, de hecho, nos achacan. Yo no quiero creer eso, sobretodo, tengo muchas razones para no creer eso. Yo creo que ahora, como en todas las épocas habrá gente con ganas de mejorar en algo las cosas. Hoy, nos es posible hacerlo recorriendo el pasado, el presente y el fututo, sin el resguardo de un líder, doméstico o foráneo, que nos explique lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará, si le hacemos caso y somos valientes. Podemos tratar de ser verdaderos creadores de nuestra realidad. Analizar, no juzgar. Estar dispuestos a estar equivocados: aprender de la historia. Que nuestra pasión por la política sea una pasión por hallar la verdad, que la verdad sea una construcción democrática, que no nos atrevamos más a actuar en contra de esa verdad. Eso es lo que nos toca.